(Médico)
Cada persona, cada hombre, cada mujer que
desgrana su manojo de recuerdos, de nostalgias, en el contexto de su discurso,
aporta Historia. Esa historia que se hace del montón de voces cotidianas. La
microhistoria. Vez pasada escuchábamos maravillados en un club de adultos
mayores a una octogenaria que nos dio, a los más jóvenes que rodeábamos su
mesa, una clase de historia de la economía doméstica. Del precio del pan, de
las verduras y de la carne en los años `40, `50, `60. De cuánto tenía ella que
disponer del sueldo del marido para esos gastos esenciales. Con precisión
asombrosa. Ella fue “Ama de Casa”… que no sé por qué no es también un título profesional
que anteponer al nombre de la poseedora, pues esa “profesión” rinde a la economía
general de un país extraordinarios dividendos. Ella hacía las compras atenta a
los valores que ofrecía cada comercio, cocinaba haciendo rendir los alimentos y
dándoles valores nutritivos suficientes para el desarrollo positivo de sus
hijos y el vigor de su esposo, ella mantenía la limpieza de la casa, de la ropa
blanca y de vestir, que es una forma de preservar la salud, y evitarse los
gastos en medicamentos. Ella ayudaba a su marido en el cuidado de la pequeña
huerta que tenían en el fondo, un ahorro en verdulería. Hacía dulces, preparaba
conservar y dulces para varios meses… pero además colaboraba en la comisión de
cultura de la Soci9edad de Fomento del barrio, escuchaba sus programas de radio
o veía televisión mientras planchaba, leía a Vicky Baum o a Daphné du Maurier
que eran sus autoras preferidas. Fue la suya, una auténtica clase de economía
doméstica y de la vida de una profesional de la casa. Una verdadera ecónoma que
pone baldón a muchos de esos ministros de economía que castigaron duro al
pueblo llano desde aquel, el de la famosa circular 1050, que sirvió para
despojar de sus viviendas y propiedades a cientos de miles de familias
endeudadas en créditos que se vieron de golpe indexados al punto que al cabo de
poco tiempo, incluso pagando las cuotas al día, debían cada vez más y ni aún
vendiendo sus casas podían saldar sus hipotecas, produciendo una enorme
transferencia de riquezas a manos del capital financiero y especulativo. Doña Pina hizo historia. Nos dios una
clase de historia nacional a través de sus quehaceres domésticos. Y luego cada
uno contextualizamos. Yo recordando la 1050...
En cada una de las entrevistas hechas por Cristina Oller y Ricardo Debeljuh en su programa radial “Retratos en
la Ciudad” hay Historia, de la de más acá, que bien puede ser la de muchos. El
doctor Rodolfo Binelli, que lleva un apellido para la microhistoria, nos lleva
a un paseo por la historia de su barrio, de una época con sus parámetros y sus
variables, recuperando nombres que la vorágine de los actuales medios de comunicación difumina inevitablemente. Rodolfo Binelli, pediatra, ajedrecista, memorioso, hizo Historia. Los lectores podemos contextualizar.(Chalo Agnelli)
RICARDO
DEBLEJUH.- Bienvenido Doctor. Háblenos sobre su
infancia.
RODOLFO
BINELLI.- Junto con
mi amigo Severi, ambos de
pantalón corto, nos criamos en La
Colonia, en la esquina de “la curva de Lemos”, Carlos Pellegrini y Andrés
Baranda. Se llamaba así porque ahí doblaba el tranvía que venía de Retiro y
paraba en la barrera de la estación de
Quilmes. Allí, cruzando, se podía tomar otro tranvía que iba hasta la Ribera; y
la recorría en toda su
extensión. En tranvía se podía conocer todo Buenos Aires
y la ciudad de Quilmes, por poco dinero.
En el barrio de “la curva” había personajes
muy importantes desde Vicente Zito,
que jugó en la primera de Quilmes en 1932, y que después fue vendido a Racing,
así como también vendió al arquero Cuello, a Sandoval, a Arrillaga, en fin,
vendía a todo el mundo, así que mi padre que era entrenador del equipo
renunció. Después lo
fueron a buscar cuando descendieron, pero como ya tenía
trabajo en Nestlé, pidió aumento de sueldo sabiendo que no se lo iban a dar. No
quería ser entrenador por la mala experiencia; porque la venta de jugadores se
podía efectuar en cualquier época del año. La venta más importante fue la de
Arrillaga a River, que se hizo en 30.000 pesos, y fue uno de los motivos que
River se los comenzó a llamar “millonarios”.
R.
D.- ¿Usted jugaba al fútbol?
R. B.- ¡Sí! Teníamos el equipo de Carlos Pellegrini, cuyo arquero era
Aldo Severi, jugaban los hermanos Raúl y Antonio Jodurcha, y estuvimos varios
años hasta que transitamos por Argentino de
Quilmes, y terminé mi etapa de
futbolista pseudo profesional en la reserva de El Porvenir, en 1950, cuando en
la cancha de Arsenal tuve un esguince por el cual estuve ocho meses con el
tobillo hinchado. Estaba en tercer año de medicina, y entre ser un mediocre
futbolista elegí ser un mediocre médico.
CRISTINA
OLLER.- ¡Pero por eso sólo no elige la medicina!
R. B.- Elegí la pediatría porque siempre me gustó enseñarle a los
chicos, incluso enseñaba ajedrez. Uno de mis alumnos Damián Rapa fue campeón
argentino cadete. Gracias a ello fuimos al mundial en Francia y estuvimos
dieciséis días alojados en París. Así que el ajedrez algo me dio. En cuanto a
perder en ajedrez es una cuestión de autoestima. El ego sufre muchísimo, porque
se puede aguantar que alguien sea más fuerte, pero es difícil de tolerar que
sea más inteligente. Pero siempre me sentí más cómodo con los niños, porque con
los grandes hay que hablar mucho y con los chicos se puede conversar con la
mirada.
R.D.- Usted era un asiduo del club del barrio, el Club Alsina, ¿verdad?
R.
B.- Allí fui subcampeón de billar, también de
ajedrez cuando el número uno era Bonnano. Además, recuerdo al club por “la
milonga” Ahí estuvimos hablando con Piazzola cuando fue con Campoamor Insúa.
Ese día, con Severi, a Piazzola le criticábamos los cantores. Le decíamos que
su orquesta necesitaba cantores del nivel de Marino o de Florentino. Y Ástor
con mucho respeto los defendía. A nosotros
nos dispensó un trato muy respetuoso y realmente no entiendo a aquellos
que lo tildaban de una persona arisca, siempre se mostraba muy amable. También
estuvimos hablando con Ángel Vargas, un cantorazo. El Club Alsina ha sido un
pedazo importante de mi vida.
C.O.- ¿Recuerda algunas
anécdotas?
R. B.- He tenido oportunidad de hablar varias veces con Osvaldo
Pugliese. Cada vez que editaba un long play me lo mandaba por
intermedio de mi
primo Daniel Binelli, el bandoneonísta, o por Penón que vivía en Bernal al lado
de la casa de mi hermano. Penón fue quien llevó a mi primo a la orquesta de Pugliese
en 1968. Lo contrataron hasta 1982. Daniel se había presentado en el programa
“Nace una estrella”, el mismo día que se presentó Silvia Montanari. Ella fue a
recitar y mi primo a tocar el bandoneón. A Silvia la contrataron como actriz, y
cuando terminaba el programa llaman por teléfono preguntando quien era el que
había tocado el bandoneón. Quien llamaba era Ástor Piazzola. Después de catorce años con Pugliese, lo
contrató Piazzola para hacer una gira por Europa. Estuvo en la televisión
alemana y gracias a esa experiencia, hoy gana dinero tocando con su orquesta en
el exterior. También estuvo enseñando bandoneón en Estados Unidos y hace poco
realizó una gira por China.
R.D.- ¿Cómo comenzó su vinculación con Favaloro?
R.
B.- En
primer año de Medicina, estaba en la misma mesa de disección que Juan
José Favaloro, que era el hermano menor de René. Con ambos tuve una relación
muy estrecha a partir de la facultad. Dos médicos muy inteligentes y grandes
personas. Con Reneé nos comunicábamos por carta, era un hombre muy noble.
R.D.- Pero, además, sabemos que le gusta escribir y la cinematografía.
R. B.- Sí, me gusta escribir. Hice un poema que gustó y recibí un premio en un concurso. La titulé
“Bolilla”. Tuve el honor de contar con los elogios de un señor como Horacio
Ferrer, que me trató de colega, poeta y amigo.
En
1995, Rómulo Berruti y Carlos Morelli me
otorgaron el premio que daban en el programa televisivo “Función Privada”, al
“Crítico de la semana”. Siempre fui amante del cine, y por eso fue que envié la
crítica, y participé del programa.
También me gusta la fotografía. Cuando
recorrí Talampaya saqué una foto de un petroglifo, que es un dibujo de más de
dos mil años hechos por los indígenas del lugar, cuando la revelé parecía un astronauta. Le
puse de título “El astronauta de Talampaya”, la presenté en un concurso de
fotografía y me dieron el primer premio. Después me la pidieron para el Salón
de Bellas Artes. Fue una de esas fotos casuales, que cuando se toman no se
piensa en algo importante. Pero me dio satisfacciones. Recomiendo a los
argentinos a que visiten lugares tan bellos como Talampaya
C.O.- ¿Y el ajedrez?
R.B.- El ajedrez es como la vida, se comienza de chiquito y nunca se
termina de aprender. El que dice que sabe todo se engaña a sí mismo. Es como el
universo, imposible de conocer y dominar totalmente. Por eso, una manera de
evitar la vejez es aprender algo todos los días.
R.D.- Tiene una actitud de aprendedor. ¿Nunca para de aprender?
R.B.- Es realmente viejo el que pasa el día sin aprender nada.
C.O.- Gracias don Rodolfo, espero que vuelva para seguir enseñándonos
como descubrir las riquezas de la vida en todo momento.
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