domingo, 20 de julio de 2014

RODOLFO BINELLI - DICIEMBRE 2003



(Médico)
Cada persona, cada hombre, cada mujer que desgrana su manojo de recuerdos, de nostalgias, en el contexto de su discurso, aporta Historia. Esa historia que se hace del montón de voces cotidianas. La microhistoria. Vez pasada escuchábamos maravillados en un club de adultos mayores a una octogenaria que nos dio, a los más jóvenes que rodeábamos su mesa, una clase de historia de la economía doméstica. Del precio del pan, de las verduras y de la carne en los años `40, `50, `60. De cuánto tenía ella que disponer del sueldo del marido para esos gastos esenciales. Con precisión asombrosa. Ella fue “Ama de Casa”… que no sé por qué no es también un título profesional que anteponer al nombre de la poseedora, pues esa “profesión” rinde a la economía general de un país extraordinarios dividendos. Ella hacía las compras atenta a los valores que ofrecía cada comercio, cocinaba haciendo rendir los alimentos y dándoles valores nutritivos suficientes para el desarrollo positivo de sus hijos y el vigor de su esposo, ella mantenía la limpieza de la casa, de la ropa blanca y de vestir, que es una forma de preservar la salud, y evitarse los gastos en medicamentos. Ella ayudaba a su marido en el cuidado de la pequeña huerta que tenían en el fondo, un ahorro en verdulería. Hacía dulces, preparaba conservar y dulces para varios meses… pero además colaboraba en la comisión de cultura de la Soci9edad de Fomento del barrio, escuchaba sus programas de radio o veía televisión mientras planchaba, leía a Vicky Baum o a Daphné du Maurier que eran sus autoras preferidas. Fue la suya, una auténtica clase de economía doméstica y de la vida de una profesional de la casa. Una verdadera ecónoma que pone baldón a muchos de esos ministros de economía que castigaron duro al pueblo llano desde aquel, el de la  famosa circular 1050, que sirvió para despojar de sus viviendas y propiedades a cientos de miles de familias endeudadas en créditos que se vieron de golpe indexados al punto que al cabo de poco tiempo, incluso pagando las cuotas al día, debían cada vez más y ni aún vendiendo sus casas podían saldar sus hipotecas, produciendo una enorme transferencia de riquezas a manos del capital financiero y especulativo. Doña Pina hizo historia. Nos dios una clase de historia nacional a través de sus quehaceres domésticos. Y luego cada uno contextualizamos. Yo recordando la 1050...
En cada una de las entrevistas hechas por Cristina Oller y Ricardo Debeljuh en su programa radial “Retratos en la Ciudad” hay Historia, de la de más acá, que bien puede ser la de muchos. El doctor Rodolfo Binelli, que lleva un apellido para la microhistoria, nos lleva a un paseo por la historia de su barrio, de una época con sus parámetros y sus variables, recuperando nombres que la vorágine de los actuales medios de comunicación difumina inevitablemente. Rodolfo Binelli, pediatra, ajedrecista, memorioso, hizo Historia. Los lectores podemos contextualizar.(Chalo Agnelli)

RICARDO DEBLEJUH.- Bienvenido Doctor. Háblenos sobre su infancia.
RODOLFO BINELLI.- Junto con  mi amigo Severi, ambos de pantalón corto, nos criamos en La Colonia, en la esquina de “la curva de Lemos”, Carlos Pellegrini y Andrés Baranda. Se llamaba así porque ahí doblaba el tranvía que venía de Retiro y paraba  en la barrera de la estación de Quilmes. Allí, cruzando, se podía tomar otro tranvía que iba hasta la Ribera; y la recorría en toda su
extensión. En tranvía se podía conocer todo Buenos Aires y  la ciudad de Quilmes, por poco dinero.
En el barrio de “la curva” había personajes muy importantes desde Vicente Zito, que jugó en la primera de Quilmes en 1932, y que después fue vendido a Racing, así como también vendió al arquero Cuello, a Sandoval, a Arrillaga, en fin, vendía a todo el mundo, así que mi padre que era entrenador del equipo renunció. Después lo
fueron a buscar cuando descendieron, pero como ya tenía trabajo en Nestlé, pidió aumento de sueldo sabiendo que no se lo iban a dar. No quería ser entrenador por la mala experiencia; porque la venta de jugadores se podía efectuar en cualquier época del año. La venta más importante fue la de Arrillaga a River, que se hizo en 30.000 pesos, y fue uno de los motivos que River se los comenzó a llamar “millonarios”.
R. D.- ¿Usted jugaba al fútbol?
R. B.- ¡Sí! Teníamos el equipo de Carlos Pellegrini, cuyo arquero era Aldo Severi, jugaban los hermanos Raúl y Antonio Jodurcha, y estuvimos varios años hasta que transitamos por Argentino de
Quilmes, y terminé mi etapa de futbolista pseudo profesional en la reserva de El Porvenir, en 1950, cuando en la cancha de Arsenal tuve un esguince por el cual estuve ocho meses con el tobillo hinchado. Estaba en tercer año de medicina, y entre ser un mediocre futbolista elegí ser un mediocre médico.
CRISTINA OLLER.- ¡Pero por eso sólo no elige la medicina!
R. B.- Elegí la pediatría porque siempre me gustó enseñarle a los chicos, incluso enseñaba ajedrez. Uno de mis alumnos Damián Rapa fue campeón argentino cadete. Gracias a ello fuimos al mundial en Francia y estuvimos dieciséis días alojados en París. Así que el ajedrez algo me dio. En cuanto a perder en ajedrez es una cuestión de autoestima. El ego sufre muchísimo, porque se puede aguantar que alguien sea más fuerte, pero es difícil de tolerar que sea más inteligente. Pero siempre me sentí más cómodo con los niños, porque con los grandes hay que hablar mucho y con los chicos se puede conversar con la mirada.
R.D.- Usted era un asiduo del club del barrio, el Club Alsina, ¿verdad?
R. B.- Allí fui subcampeón de billar, también de ajedrez cuando el número uno era Bonnano. Además, recuerdo al club por “la milonga” Ahí estuvimos hablando con Piazzola cuando fue con Campoamor Insúa. Ese día, con Severi, a Piazzola le criticábamos los cantores. Le decíamos que su orquesta necesitaba cantores del nivel de Marino o de Florentino. Y Ástor con mucho respeto los defendía. A nosotros  nos dispensó un trato muy respetuoso y realmente no entiendo a aquellos que lo tildaban de una persona arisca, siempre se mostraba muy amable. También estuvimos hablando con Ángel Vargas, un cantorazo. El Club Alsina ha sido un pedazo importante de mi vida.
C.O.-  ¿Recuerda algunas anécdotas?
R. B.- He tenido oportunidad de hablar varias veces con Osvaldo Pugliese. Cada vez que editaba un long play me lo mandaba por
intermedio de mi primo Daniel Binelli, el bandoneonísta, o por Penón que vivía en Bernal al lado de la casa de mi hermano. Penón fue quien llevó a mi primo a la orquesta de Pugliese en 1968. Lo contrataron hasta 1982. Daniel se había presentado en el programa “Nace una estrella”, el mismo día que se presentó Silvia Montanari. Ella fue a recitar y mi primo a tocar el bandoneón. A Silvia la contrataron como actriz, y cuando terminaba el programa llaman por teléfono preguntando quien era el que había tocado el bandoneón. Quien llamaba era Ástor Piazzola.  Después de catorce años con Pugliese, lo contrató Piazzola para hacer una gira por Europa. Estuvo en la televisión alemana y gracias a esa experiencia, hoy gana dinero tocando con su orquesta en el exterior. También estuvo enseñando bandoneón en Estados Unidos y hace poco realizó una gira por China.
R.D.- ¿Cómo comenzó su vinculación con Favaloro?
R. B.- En  primer año de Medicina, estaba en la misma mesa de disección que Juan José Favaloro, que era el hermano menor de René. Con ambos tuve una relación muy estrecha a partir de la facultad. Dos médicos muy inteligentes y grandes personas. Con Reneé nos comunicábamos por carta, era un hombre muy noble.
R.D.- Pero, además, sabemos que le gusta escribir y la cinematografía.
R. B.- Sí, me gusta escribir. Hice un poema que gustó y recibí  un premio en un concurso. La titulé “Bolilla”. Tuve el honor de contar con los elogios de un señor como Horacio Ferrer, que me trató de colega, poeta y amigo.
 En 1995, Rómulo Berruti y Carlos Morelli  me otorgaron el premio que daban en el programa televisivo “Función Privada”, al “Crítico de la semana”. Siempre fui amante del cine, y por eso fue que envié la crítica, y participé del programa.
También me gusta la fotografía. Cuando recorrí Talampaya saqué una foto de un petroglifo, que es un dibujo de más de dos mil años hechos por los indígenas del lugar,  cuando la revelé parecía un astronauta. Le puse de título “El astronauta de Talampaya”, la presenté en un concurso de fotografía y me dieron el primer premio. Después me la pidieron para el Salón de Bellas Artes. Fue una de esas fotos casuales, que cuando se toman no se piensa en algo importante. Pero me dio satisfacciones. Recomiendo a los argentinos a que visiten lugares tan bellos como Talampaya
C.O.- ¿Y el ajedrez?
R.B.- El ajedrez es como la vida, se comienza de chiquito y nunca se termina de aprender. El que dice que sabe todo se engaña a sí mismo. Es como el universo, imposible de conocer y dominar totalmente. Por eso, una manera de evitar la vejez es aprender algo todos los días.
R.D.- Tiene una actitud de aprendedor. ¿Nunca para de aprender?
R.B.- Es realmente viejo el que pasa el día sin aprender nada.
C.O.- Gracias don Rodolfo, espero que vuelva para seguir enseñándonos como descubrir las riquezas de la vida en todo momento.

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